BIOGRAFÍA
BETO JAMAICA
Nació el 3 de abril de 1965 en Bogotá. Lleva 25 años en la música y aunque se inició tocando guitarra, caja y guacharaca, fue finalmente el acordeón el instrumento predilecto de Beto Jamaica.
Ha participado en la grabación de 44 producciones discográficas interpretando el acordeón en varias disqueras. Ha hecho parte de agrupaciones como: Grupo Luna verde con Carolina Sabino, Orquesta Los Tupamaros, Orquesta Filarmónica de Bogotá, Grupo Vallenato de Serrano, Pablo Astueta, Penchy Castro, Alberto Fernández y Otto Serge.
Actualmente es Rey Vallenato 2006 de la versión XXXIX del Festival de La Leyenda Vallenata en Valledupar, Cesar, logro que cultivó durante trece años concursando continuamente hasta obtener el título.
|
BETO JAMAICA, UN 30 DE ABRIL, ELEGIDO REY VALLENATO, EFEMÉRIDES MUSICALES, UN DÍA COMO HOY EN LA MÚSICA, BIOGRAFÍA
Beto Jamaica Rey Vallenato |
NOTICIA SORPRESIVA, SE PRESENTA ESTE 30 DE ABRIL, PERO DE 2006, CUANDO ES ELEGIDO EN VALLEDUPAR, COLOMBIA, COMO REY VALLENATO, EL PRIMER BOGOTANO EN SU HISTORIA, ALBERTO “BETO” JAMAICA, EN ESE MOMENTO, ACORDEONERO DE OTTO SERGE.
Beto Jamaica Rey Vallenato |
AUNQUE SU ELECCIÓN FUE CONTROVERSIAL PARA MUCHOS, DEBIDO A SU ORIGEN, SU LABOR EN EL FESTIVAL, PARA LLEGAR A LA CORONA, SE EXTENDIÓ POR TRECE AÑOS, EN UNA CARRERA QUE INICIÓ EN 1985, INTERPRETANDO VALLENATO LÍRICO Y DESDE ESOS MOMENTOS QUISO ESTAR EN EL FESTIVAL, POR CONSEJO DE SUS AMIGOS QUE VIERON EN ÉL SU CALIDAD.
Beto Jamaica Rey Vallenato |
ENTRE SUS INFLUENCIAS MUSICALES ESTÁN LA MÚSICA DE ALFREDO GUTIERREZ, RAFAEL ESCALONA Y ALEJO DURÁN. RECORDANDO A BETO JAMAICA
Beto Jamaica Rey Vallenato |
LOS INFORMES DE UN MINUTO PARA INCLUIR EN LA PROGRAMACION DE RADIO, EN EFEMERIDES MUSICALES, DEPORTES Y NOTICIAS INSÓLITAS, ADEMÁS DE NUESTROS PROGRAMAS: LA ENCICLOPEDIA MUSICAL Y POR LOS GENEROS DEL MUNDO, SOLO POR UNA DONACIÓN MENSUAL, CON LA PRESENTACION DEL AGUIJON MUSICAL, (ELAGUIJONMUSICAL@YAHOO.ES)
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Alberto “Beto” Jamaica, la constancia de un rey
Por: Enrique Ortiz – Columnista Invitado
Alberto "Beto" Jamaica es el Rey Vallenato del año 2006. El Rey Cachaco, como muchos lo llaman, tiene tras él una historia llena de lucha y sacrificio, de constancia y perseverancia tras un sueño: Ser un gran intérprete del acordeón, un grande del folclolr vallenato y sobre todo un gran ser humano.
En ParrandaVallenata.com queremos resaltar su historia, por medio de una serie de publicaciones que comenzamos el día de hoy. Disfruten de la historia del Rey Cachaco
En ParrandaVallenata.com queremos resaltar su historia, por medio de una serie de publicaciones que comenzamos el día de hoy. Disfruten de la historia del Rey Cachaco
Afirma Julio Oñate Martínez, en su ABC del Vallenato, que Jamaica no tuvo acordeones. Pero no hay tal, Jamaica si conoció el instrumento de tipo europeo; no se habla de la isla caribeña, sino de un bogotano que rompió la hegemonía de 39 años del Festival de la leyenda Vallenata de títulos costeños, coronándose como rey de la categoría profesional 2006
Alberto Jamaica Larrota, de 41 años, quien interpreta el acordeón desde hace 21, se inicio en el mundo de la música vallenata cantando, luego aprendió a tocar caja, guacharaca y guitarra. Pero según recuerda cuando era niño tomaba una lata de aceite, la apoyaba sobre sus piernas y con par de trozos de lo que alguna vez fue una escoba, golpeaba el grasoso recipiente simulando una batería. “No me explico porque hacía esto, en mi casa éramos tan humildes que no teníamos televisor, y yo hasta el momento no había visto una batería”. Se detiene en medio del relato, mira al cielo y pareciera que tuviera esa imagen en la mente, y me contagio de su nostalgia. Pero regresa al presente, vuelve a sonreír, su celular suena, bromea, y cuelga.
A Jamaica la corona no se le ha subido a la cabeza, su humildad continúa tan férrea como su devoción a Dios. Laconstancia lo ha hecho mantener tal virtud. “Fueron trece años luchando en Valledupar, a veces me desmoralizaba cuando no tenía una buena figuración, pero también sabía que algún día era”. Camina por las calles como cualquier bogotano, va al banco, paga servicios, cancela cuentas en el mercado de la esquina en el central sector de Santa Matilde, asiste a reuniones de padres de familia del colegio de sus hijos. En algunas ocasiones toma taxi, otras tantas monta en transmilenio, la mayoría de las veces conduce su carro azul modelo 90, en cuyo panorámico cuelga del lado derecho un simpático llavero que deja ver un pollo blanco, obsequiado por dos de sus hijos, a propósito de su mote: “Gallito Blanco”.
De niño soñaba con ser cantante, los grandes escenarios, las multitudes, que su voz fuera escuchada por la radio era la pasión que empezó a forjar el pequeño Beto, motivado por María del Rosario Larrota, su mamá, quien le comentaba pequeñas cosas a través de las canciones. “Oiga, mijo, oiga…esa es una segunda”, le explicaba mientras en su vieja grabadora Silver sonaban Bambucos y Pasillos. “porque grabadora si teníamos y ese es el único recuerdo que tengo de mi pasión por la música”, aclara Jamaica con cierto orgullo bromista. Fue en ese mismo medio que empezó a escucha los primeros vallenatos de Alejo, de Juancho Polo, de Alfredo, de los Zuleta, y la pequeña oleada de acordeón que traspasó las fronteras de Valledupar hacia el interior del país. Le atrajo tanto que se olvidaba del resto del mundo cuando anunciaban alguna canción vallenata. Ya el sueño estaba completándose: quería ser cantante, si, pero de música vallenata.
La pasión siguió alimentándose hasta que a su cuadra llegó Wilson Ibarra, que también era apasionado por la música vallenata, y cuyo padre poseía un acordeón de teclado en que interpretaba canciones de Julio Jaramillo, de Oscar Agudelo, y otros tantos. Sin embargo, Wilson y Beto empezaron a desgranarle al instrumento notas vallenatas. Con algunos intentos de que brotara algo con el mínimo de acordes, se dieron cuenta de que por ahí no era y decidieron dos cosas: la primera, buscar alguien que les enseñara a tocar acordeón. La segunda, conseguir un acordeón.
Considerando que para la época la música vallenata aún no tenía el auge que ha cobrado en los últimos años, en Bogotá eran pocos los sitios que exhibían con destellantes luces de neón anunciando “vallenato en vivo. Esta noche. No cover”. Con la búsqueda tan efectiva cómo exhaustiva, ubicaron los sitios. Avenida Caracas con 49, El Balcón de las nieves en el Centro y el Ranchito Boyacense, el preferido de Beto. Allí se presentaba la maestría vallenata con el acordeón de Alfonso Julio. Pero el hallar un maestro, un guía, un virtuoso, en ultimas alguien que supiera con pases yllaves simples, fue lo complicado “no hay tiempo”, fue la respuesta que más escucharon ante su petición.
Fue tal su desesperación que planearon un viaje a escondidas de sus padres hasta la Costa para buscar quien le impartiera conocimiento. Pero la dicha sólo duró hasta Bucaramanga cuando un reten de la Policía detuvo el bus, pidieron a los pasajeros que descendieran y cuando vieron a Jamaica y a Ibarra lo reconocieron, no por su incipiente fama sino porque una hermana de Wilson le comentó a sus padres y estos a las autoridades y dieron la orden expresa de deportarlos a la capital. Así que de vuelta a Bogotá con sus sueños, sus ilusiones frenadas y un sentimiento amargo entre pecho y espada.
Alberto Jamaica Larrota, de 41 años, quien interpreta el acordeón desde hace 21, se inicio en el mundo de la música vallenata cantando, luego aprendió a tocar caja, guacharaca y guitarra. Pero según recuerda cuando era niño tomaba una lata de aceite, la apoyaba sobre sus piernas y con par de trozos de lo que alguna vez fue una escoba, golpeaba el grasoso recipiente simulando una batería. “No me explico porque hacía esto, en mi casa éramos tan humildes que no teníamos televisor, y yo hasta el momento no había visto una batería”. Se detiene en medio del relato, mira al cielo y pareciera que tuviera esa imagen en la mente, y me contagio de su nostalgia. Pero regresa al presente, vuelve a sonreír, su celular suena, bromea, y cuelga.
A Jamaica la corona no se le ha subido a la cabeza, su humildad continúa tan férrea como su devoción a Dios. Laconstancia lo ha hecho mantener tal virtud. “Fueron trece años luchando en Valledupar, a veces me desmoralizaba cuando no tenía una buena figuración, pero también sabía que algún día era”. Camina por las calles como cualquier bogotano, va al banco, paga servicios, cancela cuentas en el mercado de la esquina en el central sector de Santa Matilde, asiste a reuniones de padres de familia del colegio de sus hijos. En algunas ocasiones toma taxi, otras tantas monta en transmilenio, la mayoría de las veces conduce su carro azul modelo 90, en cuyo panorámico cuelga del lado derecho un simpático llavero que deja ver un pollo blanco, obsequiado por dos de sus hijos, a propósito de su mote: “Gallito Blanco”.
De niño soñaba con ser cantante, los grandes escenarios, las multitudes, que su voz fuera escuchada por la radio era la pasión que empezó a forjar el pequeño Beto, motivado por María del Rosario Larrota, su mamá, quien le comentaba pequeñas cosas a través de las canciones. “Oiga, mijo, oiga…esa es una segunda”, le explicaba mientras en su vieja grabadora Silver sonaban Bambucos y Pasillos. “porque grabadora si teníamos y ese es el único recuerdo que tengo de mi pasión por la música”, aclara Jamaica con cierto orgullo bromista. Fue en ese mismo medio que empezó a escucha los primeros vallenatos de Alejo, de Juancho Polo, de Alfredo, de los Zuleta, y la pequeña oleada de acordeón que traspasó las fronteras de Valledupar hacia el interior del país. Le atrajo tanto que se olvidaba del resto del mundo cuando anunciaban alguna canción vallenata. Ya el sueño estaba completándose: quería ser cantante, si, pero de música vallenata.
La pasión siguió alimentándose hasta que a su cuadra llegó Wilson Ibarra, que también era apasionado por la música vallenata, y cuyo padre poseía un acordeón de teclado en que interpretaba canciones de Julio Jaramillo, de Oscar Agudelo, y otros tantos. Sin embargo, Wilson y Beto empezaron a desgranarle al instrumento notas vallenatas. Con algunos intentos de que brotara algo con el mínimo de acordes, se dieron cuenta de que por ahí no era y decidieron dos cosas: la primera, buscar alguien que les enseñara a tocar acordeón. La segunda, conseguir un acordeón.
Considerando que para la época la música vallenata aún no tenía el auge que ha cobrado en los últimos años, en Bogotá eran pocos los sitios que exhibían con destellantes luces de neón anunciando “vallenato en vivo. Esta noche. No cover”. Con la búsqueda tan efectiva cómo exhaustiva, ubicaron los sitios. Avenida Caracas con 49, El Balcón de las nieves en el Centro y el Ranchito Boyacense, el preferido de Beto. Allí se presentaba la maestría vallenata con el acordeón de Alfonso Julio. Pero el hallar un maestro, un guía, un virtuoso, en ultimas alguien que supiera con pases yllaves simples, fue lo complicado “no hay tiempo”, fue la respuesta que más escucharon ante su petición.
Fue tal su desesperación que planearon un viaje a escondidas de sus padres hasta la Costa para buscar quien le impartiera conocimiento. Pero la dicha sólo duró hasta Bucaramanga cuando un reten de la Policía detuvo el bus, pidieron a los pasajeros que descendieran y cuando vieron a Jamaica y a Ibarra lo reconocieron, no por su incipiente fama sino porque una hermana de Wilson le comentó a sus padres y estos a las autoridades y dieron la orden expresa de deportarlos a la capital. Así que de vuelta a Bogotá con sus sueños, sus ilusiones frenadas y un sentimiento amargo entre pecho y espada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario