Murió el juglar vallenato Leandro Díaz
2:18 a.m.
| 22 de Junio del 2013
El compositor falleció a los 85 años víctima de una infección renal aguda.
Leandro Díaz, uno de los símbolos del vallenato, falleció en la madrugada de este sábado en la Clínica Cesar, de Valledupar. (Vea: Recordando el paso de EL TIEMPO... Leandro Díaz)
Su muerte fue anunciada por la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, a través de su cuenta de Twitter (@FESVALLENATO). (Lea también: Cuando Matilde camina...)
Leandro Díaz había sido internado en la clínica en la mañana del viernes tras presentar fiebre alta y presión sanguínea baja.
La leyenda del Vallenato había sido homenajeado en el 44 Festival de la Leyenda Vallenata 2011 y es recordado por componer temas insignes del folclor vallenato como 'Matilde Lina', 'Diosa coronada' y 'Bajo el palo e' mango', entre otras. (Lea: Leandro Díaz: el juglar mayor)
Díaz, ciego de nacimiento, compuso más de 100 canciones durante su carrera musical en las que sorprendía pues contenían descripciones perfectas de paisajes.
Por otro lado, varias personalidades se han pronunciado sobre el fallecimiento del músico y lamentan la pérdida que ha sufrido el género vallenato.
Shakira, en su cuenta de Twitter, escribió: "Maestro Díaz, le diste vida al vallenato y nos regalaste lo mejor de ti para enamorarnos aun más de nuestra música. Shak."
A su vez, el presidente Santos también añadió en la red social: "Todo el país lamenta la muerte del maestro Leandro Díaz. Nos deja, eso sí, un gran legado: la inspiración y la felicidad de sus canciones."
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Leandro Díaz, el juglar que compuso con los ojos del alma
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Nació en Hatonuevo (Guajira) el 20 de febrero de 1928. Desde muy pequeño fue llevado a Tocaimo y posteriormente se radica en San Diego (Cesar). Es la más grande manifestación natural del canto vallenato, ciego de nacimiento, poseedor de una extensa obra que sobrepasa los 100 títulos que han sido difundidos por las más consagradas agrupaciones nacionales e internacionales. SANTANDERDURAN ESCALONA lo define: “Es la leyenda viva de la música vallenata, la naturaleza le negó la vista pero le entregó los ojos del alma”. Hace 22 años, “Juancho” Gossain, en una de sus crónicas del Festival Vallenato, escribió sobre Leandro: “Se llama Leandro Díaz, y es el más sensible de todos los músicos de esta tierra pródiga en poetas y cantores que remontan a las sierras y los ríos y andan y desandan los valles como si fueran los últimos juglares que quedan sobre la tierra”.
Nadie ha cantado mejor a la naturaleza que Leandro Díaz y lo que nadie se imagina, ni siquiera viéndolo a determinada distancia, es que este hombre, alma de la música vallenata, no tiene ojos, nunca los ha tenido. O quizás ocurre algo distinto: “Yo creo que Dios no me puso ojos en la cara porque se demoró poniéndome ojos en el alma”. Su primera canción fue grabada hace 40 años, cuando Luis Enrique Martínez llevó al acetato el tema “A mí no me consuela nadié’, pero como no conocía el titulo original lo titulo’”Esperanza perdida”. Otros titulos de su obra: Soy, La Gordita, Matilde Liná, Los tocaimeros, El verano, El negativo, Quiéreme, La Diosa Coronadá, Carmencita, La parrandita, Cardón Guajiro, Mi memoriá, Fui de tu almá, La contra, Olvídamé, Preciosa mujer.
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Leandro Díaz
Leandro Díaz | |
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Datos generales | |
Nombre real | Leandro José Díaz Duarte |
Nacimiento | 20 de febrero de 1928 Hatonuevo, Colombia |
Nacionalidad | Colombiana |
Muerte | 22 de junio de 2013 (85 años) Valledupar, Colombia |
Cónyuge | Helena Clementina Ramos Ustáriz |
Hijos | Ivo Luis, Leandro y Diana |
Ocupación | Compositor |
Información artística | |
Otros nombres | El Homero de la Provincia1 El rey de 'La diosa coronada'2 |
Género(s) | Vallenato |
Período de actividad | 1935 - 2013 |
Artistas relacionados | Colacho Mendoza |
Leandro José Díaz Duarte (Hatonuevo, La Guajira, 20 de febrero de 1928 -Valledupar, Cesar, 22 de junio de 2013) fue un compositor colombiano y uno de los símbolos de la música vallenata.3 Fue conocido por su composición descriptiva y narrativa, a pesar de la ceguera que padecía.
En la 38.ª versión del Festival de la Leyenda Vallenata, proclamaron a Leandro como "Rey a Vida del Festival de la Leyenda Vallenata" acompañado de Rafael Escalona,Emiliano Zuleta Baquero, Calixto Ochoa, Adolfo Pacheco y Tobías Enrique Pumarejo
Índice[ocultar] |
Primeros años y vida familiar[editar]
Leandro Díaz fue hijo de María Ignacia Díaz y de Abel Duarte.4 Su nacimiento se da en la vereda de Alto Pino, zona de Lagunita de la Sierra, hoy llamada Hatonuevo.1Rápidamente fue llevado de los cafetales y cañedos que tenía su padre en La Guajira, aTocaimo, y luego a San Diego, en el departamento del Cesar.5
En edad joven se enamoró de Matilde Lina, una mujer morena a quien compuso la canción de igual nombre; a la postre, esta se convertiría en la canción más famosa de Leandro Díaz.1 Sin embargo, el amor no le fue correspondido y Díaz terminó casándose con Helena Clementina Ramos, quien fuera la madre de sus cinco hijos, entre ellos Ivo Díaz, quien también se convirtiese en cantante. En 1993 Ivo compuso la canción "Dame tu Alma" en honor a su padre; la canción ganó en el Festival de la Leyenda Vallenata, como mejor canción. Por su parte, Díaz fue reconocido por ser un hombre mujeriego.1
Vida artística[editar]
La obra artística de Leandro Díaz está compuesta de más de 350 canciones 6 entre las que se destaca La Diosa Coronada, canción que fue retomada parcialmente en el epígrafe de El amor en los tiempos del cólera, por el premio nobel de literatura Gabriel García Márquez:
En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronadaLeandro Díaz 7
Compuso su primera canción a la edad de 17 años y la llamó "La Loba de Ceniza". El 04 de octubre 1948 decidió trasladarse aHatonuevo, donde participó en numerosas fiestas de amigos y donde siempre se le pidió que cantara. Se reunió con el músico local "Chico Bolaño" y estableció una amistad. Bolaño falleció poco después; la muerte de Bolaño inspiró a Díaz para componer la canción "Mañana".
La vida en Tocaimo[editar]
Díaz comenzó a viajar por la región como cantante y se estableció por algún tiempo en el pueblo de Tocaimo, situado en eldepartamento del Cesar, entre los municipios de Codazzi y San Diego. Allí compuso "La Primavera" y "La Trampa", así como una canción grabada por el cantante vallenato Jorge Oñate: "A mi no me consuela nadie". Díaz se unió con el acordeonista vallenato Pedro Julio Castro, natural de San Juan del Cesar y con éste viajó por la región dando conciertos.
Letras Compuestas[editar]
La siguiente es una lista de algunas de las canciones que Leandro Díaz compuso. Entre paréntesis los artistas que musicalizaron la letra:
- Dios no me deja (Poncho Zuleta)
- Realmente Enamorado (Jean Carlos Centeno)
- Cardon guajiro (Diomedes Díaz)
- Bajo el palo e mango (Diomedes Díaz)
- Matilde Lina (Alfredo Gutiérrez)
- Matilde Lina (Carlos Vives)
- Matilde Lina (Diomedes Díaz)
- El bozal (Diomedes Díaz)
Leandro Díaz: “El silencio ha sido mi gran maestro”
GUSTAVO TATIS GUERRA - EL UNIVERSAL | Publicado el 30 de junio de 2013 - 5:07 pm.
No fue difícil llegar a la casa de Leandro Díaz. El taxista me dejó en la puerta de su casa, con solo decirle su nombre. Estaba sentado en un taburete y su rostro buscó la dirección de mi voz para decirme que me sentara. Pero al decirle que venía solo a saludarlo para saber algunos detalles de su infancia, me volvió a decir que por favor no siguiera parado en el centro de su sala, que tomara asiento. Hice el gesto de sentarme pero me quedé hablando de pie, pero él pareció darse cuenta desde la luz oculta de su ceguera. “Si quiere, sacamos el taburete a la puerta”. Allí me quedé toda la tarde de un sábado, luego de un viaje de madrugada desde Cartagena hasta San Diego (Cesar).
En un silencio, él preguntó extrañado:
—¿Hizo usted ese viaje tan largo desde Cartagena hasta San Diego?
—Sí.
—¿Solo para hablar conmigo?
—Sí, querido maestro.
—Mire, siempre he querido escribirle una canción a Cartagena. ¿Qué es lo que tiene esa ciudad? Siempre he creído que el embrujo de Cartagena está en sus noches. Dígame si no. Lo mejor de esa ciudad es el silencio de la noche. Siempre he querido describir ese silencio. ¿Pero usted es de allá?
—No. Soy de Sahagún.
—¡Vea qué cosas! Dormí dos noches allá en una invitación que me hicieron. Es muy especial la gente de la sabana. En los años setenta estuve en Sincelejo y en Montería.
—Cuénteme maestro, cómo pasó su infancia?
—Mire, mi historia es la de un niño que sufría mucho porque me quedaba solo. Me recuerdo caminando a oscuras en el jardín, persiguiendo el olor de las rosas y los heliotropos, el olor de los naranjales, los limoneros y los cafetos. La casa que yo recuerdo de niño es mi casa de Alto Pino, una casa de bahareque y techo de palma, enclavada en la sierra. Recuerdo la calidez de aquella troja donde dormía. Nací en pleno carnaval y al amanecer de aquel verano del 20 de febrero de 1928. Mi estrella nació apagada.
—¿Recuerda alguna canción en especial en aquellos años de infancia?
—Muchas. Las canciones que yo escuchaba era lo que sonaba en toda la provincia. En Hatonuevo, mi pueblo, escuché a mis cinco años, tocar el acordeón de Chico Bolaños y empecé a cantarlo. Su canción decía:
En la estancia de Rafael
la que administra Pedrito
al pasar por el laurel
a todos les canta el Coíto.
Leandro me explica que el coíto es un pájaro de la región. “Mi primer sueldo fueron 10 centavos que me pagó Emilio Brugués en Riohacha, al pedirme que le cantara El Coíto y El Gavilán pollero”. Me confiesa que lleva el apellido de su madre María Ignacia Díaz, “porque mi padre Abel Duarte, no nos dio el apellido”. “Mi madre, una ama de casa, cantaba bien y tenía una gracia para cantar boleros, tangos. Mi padre perteneció a una familia de labradores. No salió de su finca sembrando caña y café. Mi madre era una matrona legítima.
—Además de cantar, a qué jugaba el niño Leandro Díaz?
—A lo que jugaban los niños de mi tierra. La ceguera no me impidió ayudar a elevar cometas o a jugar boliches. A mí se me desarrolló el oído. El juego era un rombo o círculo en la tierra. Lo llamábamos Tribilín. En aquel entonces el hombre increíble del boliche, era Lorenzo Solano. Recuerdo a aquellos niños que me acompañaron en mi infancia: a Temístocles, a Franklin Ojeda, al Negro Camargo, a Froilán Brito, a Francisco Carrillo. A uno de mis amigos de infancia lo mató un carro.
El ciego que leía las manos
—¿Vivió de adivinar la suerte?
— Sin darme cuenta, me volví presajista y clarividente en mi pueblo, y hablaba de la llegada del verano en la caída de las cabañuelas y del anuncio de las lluvias con la algarabía de los monos. Era un muchacho, casi un niño cuando empecé a leer la suerte. Leía las manos y me pagaban por adivinar la suerte. Lo hice en Lagunita de la Sierra. En Los Pajales. En la Jagua de Ivirico. Me decían El Brujo de la Nevada. Todo lo que presagiaba ocurría y tuve que abandonar la clarividencia, porque en el año cuarenta se me murieron cuatro familiares y el dolor me hizo callar. Juré no volver a eso. Esas corazonadas me hicieron mucho daño. Adivinar era un pretexto para tocar y leer las manos. Viví en todo este tiempo en muchos lugares: en Tocaimo, Codazzi, Urumita, San Diego.
—¿Ha vuelto a soñar con la casa de Hatonuevo?
—Más que un sueño es una pesadilla. Estoy en Hatonuevo y me estoy muriendo de sed y salgo a buscar una fuente, pero me enredo en un bejuco.
La diosa coronada
—¿Cómo nació la canción “La diosa coronada”?
—Eso me ocurrió hace más de 43 años, en Tocaimo. Conocí a Josefa Guerra, una mujer bella y presuntuosa, cuyos padres eran medio ganaderos. Quise ser su amigo, pero ella no. Como mujer me gustaba, pero fue imposible. Entonces me dije: Algún día me consolaré. Nació la letra y la melodía al mismo tiempo. Cuando se la canté en 1967 a García Márquez, en Valledupar, le gustó muchísimo. Él estaba con Alfonso López Michelsen. Desde ese momento en que la canté en una fiesta, quedamos siendo amigos. Hasta hoy nos hemos visto cuatro veces. En 1967. Luego en San Diego en 1983. Él vino a mi casa de San Diego. Después en 1992 en Valledupar. Eran caravanas de carros para llegar aquí. Después nos vimos en Cartagena en su apartamento de la Máquina de Escribir. Hablamos poco. No sé dónde sacó él que yo tallaba la madera. Sé que su novela El amor en los tiempos del cólera, iba a llamarse como mi canción: La diosa coronada.
La música de las mujeres
—¿Qué es lo que más admira en una mujer?
—El perfume. Pero el mejor perfume es el natural, lo que viene del alma. Hay mujeres que huelen bien como el azuceno rojo que florece todo el año y nunca deja de perfumar, y en toda esa belleza está el timbre de la voz. Yo no he tenido amores platónicos, porque algunos de esos amores morían al mismo tiempo de nacer. Algunas novias platónicas de mis primeros veinte años, me despreciaron porque no me creían útil en la sociedad. Y me acerqué a ellas a través de la adivinación. Todo lo que les dije, les pasó.
Y hablando de mujeres, pasa frente a la casa de Leandro Díaz a esta hora una mujer vestida de rojo que le grita: ¡Adiós, Leandro! Y él responde: ¡Adiós, flor de la ahuyama! Cuando la sombra de la mujer se aleja, precisa que “la flor de la ahuyama es bonita, pero no tiene olor”. Lo mismo le pasa a la trinitaria, que es muy bonita pero no tiene olor. La mujer se voltea en la distancia, y Leandro presiente que ella ha detenido el paso y se le acerca. Entonces, me descresta cuando le tira un piropo: “Mujer, te queda bien ese vestido rojo”. ¿Cómo supo que era rojo?-le pregunto- y me responde: “¿No le dije que era clarividente?”.
Le pregunto por Helena Clementina Ramos, su mujer, y me dice que ha sido su más grande compañía, con la que ha tenido seis hijos, entre ellos, al músico Ivo Díaz, que “es un buen compositor, versero, y cantante”.
“Jamás me he disgustado con mi mujer. Yo hice un pacto de vida con ella y he pasado tantos años juntos con ella. Ella supo desde siempre que mi vida está entre los amigos, adonde me llevan las canciones”.
La luz en la sombra
—Me asombra escucharle hablar de los colores. ¿Cómo percibe usted, el color rojo y el azul?
—Muy sencillo. Mi hermana hacía con los retazos de colores una sábana y me ponía la mano en cada color. El rojo siempre lo sentí caliente y fresco el azul. Desde niño sentí las calorías que tenían los colores. El amarillo es más caliente que el verde. El azul me da frescura.
—¿Cómo se le ocurrió ese verso tan hermoso de “cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana?
—Fue en el curso del enamoramiento con Matilde Lina, que compuse la canción. Y quise que en un verso pudiera decir qué ocurría dentro de mí y qué le ocurría al paisaje, cuando presentía llegar a Matilde, una mujer atractiva, esbelta, caminando con aquella gracia por la sabana. Los enamorados usan la mirada, pero eso es superficial y no es suficiente.
—¿Cuáles son sus comidas preferidas?
—El sancocho, el marisco, la tortuga, la sierra y el lebranche. Pero el lebranche pierde el sabor y se vuelve desabrido cuando lo meten en el hielo.
— ¿Usted dicta sus canciones?
—Las grabo en mi mente, porque no sé utilizar esos aparatos de grabación. Y le digo a mis hijos que me la graben.
—¿Cómo le han parecido las interpretaciones que han hecho de sus canciones?
— Hay muy buenas interpretaciones: las de Alfredo Gutiérrez, Jorge Oñate, Alfonso Zuleta, Diomedes Díaz, Beto Zabaleta, Binomio de Oro, Carlos Vives, entre tantos. Pero creo que hasta ahora, el mejor intérprete ha sido Jorge Oñate.
De cara con Dios
—Si tuviera la oportunidad de estar con Dios, qué le pediría?
— Le pediría que me dejara ser ciego, porque si me diera la vista, ya sería otro Leandro. Los ciegos no nos aferramos a la muerte. El ciego y el morrocoyo se parecen. El ciego no puede correr y el morrocoyo no corre.
—¿Cómo podría definir la fuente de sus canciones?
—El silencio ha sido desde niño mi mejor maestro. Creo que la soledad es la madre de la inteligencia.
Epílogo
Al final de la tarde, le pregunto por los miedos, y me dice sin rodeos que “no le tengo miedo a nada. Como lo he dicho en mis canciones: Ni las tinieblas pueden conmigo. He sido un ser inofensivo. Pero no todos los músicos son así. Hay quienes se aprovechan del ingenio de los demás. Como uno de nuestros grandes que duerme en sus laureles. No vaya a nombrarlo, pero él me reclamó diciéndome: “lo que Dios te negó en vista, te lo dio en lengua”.
Me cuenta que entre los suyos, se muere de viejo. Muchos de ellos han llegado lúcidos y memoriosos a sus cien años. Nombra a sus ancestros que desertaron en tiempos de la esclavitud en Cartagena, mar arriba, rumbo a Palomino. Evoca a su abuela, la partera Remedios Duarte, de 82 años. A Hermenegildo Duarte. A Aurora, su prima hermana, una negra “ñonga”, que “se bañaba y no se le mojaba el pelo”.
Se acaricia el abdomen y descubre que uno de los botones está a punto de volar: ¿Usted se imagina cuánto arroz he comido yo en setenta años? Mucho arroz. Demasiada yuca.
Pero en otro silencio, me sorprende con una nueva ocurrencia o con una metáfora a flor a labios:
“A veces me siento como un girasol. Es increíble que de noche, el girasol gire al revés buscando el sol”.
En un silencio, él preguntó extrañado:
—¿Hizo usted ese viaje tan largo desde Cartagena hasta San Diego?
—Sí.
—¿Solo para hablar conmigo?
—Sí, querido maestro.
—Mire, siempre he querido escribirle una canción a Cartagena. ¿Qué es lo que tiene esa ciudad? Siempre he creído que el embrujo de Cartagena está en sus noches. Dígame si no. Lo mejor de esa ciudad es el silencio de la noche. Siempre he querido describir ese silencio. ¿Pero usted es de allá?
—No. Soy de Sahagún.
—¡Vea qué cosas! Dormí dos noches allá en una invitación que me hicieron. Es muy especial la gente de la sabana. En los años setenta estuve en Sincelejo y en Montería.
—Cuénteme maestro, cómo pasó su infancia?
—Mire, mi historia es la de un niño que sufría mucho porque me quedaba solo. Me recuerdo caminando a oscuras en el jardín, persiguiendo el olor de las rosas y los heliotropos, el olor de los naranjales, los limoneros y los cafetos. La casa que yo recuerdo de niño es mi casa de Alto Pino, una casa de bahareque y techo de palma, enclavada en la sierra. Recuerdo la calidez de aquella troja donde dormía. Nací en pleno carnaval y al amanecer de aquel verano del 20 de febrero de 1928. Mi estrella nació apagada.
—¿Recuerda alguna canción en especial en aquellos años de infancia?
—Muchas. Las canciones que yo escuchaba era lo que sonaba en toda la provincia. En Hatonuevo, mi pueblo, escuché a mis cinco años, tocar el acordeón de Chico Bolaños y empecé a cantarlo. Su canción decía:
En la estancia de Rafael
la que administra Pedrito
al pasar por el laurel
a todos les canta el Coíto.
Leandro me explica que el coíto es un pájaro de la región. “Mi primer sueldo fueron 10 centavos que me pagó Emilio Brugués en Riohacha, al pedirme que le cantara El Coíto y El Gavilán pollero”. Me confiesa que lleva el apellido de su madre María Ignacia Díaz, “porque mi padre Abel Duarte, no nos dio el apellido”. “Mi madre, una ama de casa, cantaba bien y tenía una gracia para cantar boleros, tangos. Mi padre perteneció a una familia de labradores. No salió de su finca sembrando caña y café. Mi madre era una matrona legítima.
—Además de cantar, a qué jugaba el niño Leandro Díaz?
—A lo que jugaban los niños de mi tierra. La ceguera no me impidió ayudar a elevar cometas o a jugar boliches. A mí se me desarrolló el oído. El juego era un rombo o círculo en la tierra. Lo llamábamos Tribilín. En aquel entonces el hombre increíble del boliche, era Lorenzo Solano. Recuerdo a aquellos niños que me acompañaron en mi infancia: a Temístocles, a Franklin Ojeda, al Negro Camargo, a Froilán Brito, a Francisco Carrillo. A uno de mis amigos de infancia lo mató un carro.
El ciego que leía las manos
—¿Vivió de adivinar la suerte?
— Sin darme cuenta, me volví presajista y clarividente en mi pueblo, y hablaba de la llegada del verano en la caída de las cabañuelas y del anuncio de las lluvias con la algarabía de los monos. Era un muchacho, casi un niño cuando empecé a leer la suerte. Leía las manos y me pagaban por adivinar la suerte. Lo hice en Lagunita de la Sierra. En Los Pajales. En la Jagua de Ivirico. Me decían El Brujo de la Nevada. Todo lo que presagiaba ocurría y tuve que abandonar la clarividencia, porque en el año cuarenta se me murieron cuatro familiares y el dolor me hizo callar. Juré no volver a eso. Esas corazonadas me hicieron mucho daño. Adivinar era un pretexto para tocar y leer las manos. Viví en todo este tiempo en muchos lugares: en Tocaimo, Codazzi, Urumita, San Diego.
—¿Ha vuelto a soñar con la casa de Hatonuevo?
—Más que un sueño es una pesadilla. Estoy en Hatonuevo y me estoy muriendo de sed y salgo a buscar una fuente, pero me enredo en un bejuco.
La diosa coronada
—¿Cómo nació la canción “La diosa coronada”?
—Eso me ocurrió hace más de 43 años, en Tocaimo. Conocí a Josefa Guerra, una mujer bella y presuntuosa, cuyos padres eran medio ganaderos. Quise ser su amigo, pero ella no. Como mujer me gustaba, pero fue imposible. Entonces me dije: Algún día me consolaré. Nació la letra y la melodía al mismo tiempo. Cuando se la canté en 1967 a García Márquez, en Valledupar, le gustó muchísimo. Él estaba con Alfonso López Michelsen. Desde ese momento en que la canté en una fiesta, quedamos siendo amigos. Hasta hoy nos hemos visto cuatro veces. En 1967. Luego en San Diego en 1983. Él vino a mi casa de San Diego. Después en 1992 en Valledupar. Eran caravanas de carros para llegar aquí. Después nos vimos en Cartagena en su apartamento de la Máquina de Escribir. Hablamos poco. No sé dónde sacó él que yo tallaba la madera. Sé que su novela El amor en los tiempos del cólera, iba a llamarse como mi canción: La diosa coronada.
La música de las mujeres
—¿Qué es lo que más admira en una mujer?
—El perfume. Pero el mejor perfume es el natural, lo que viene del alma. Hay mujeres que huelen bien como el azuceno rojo que florece todo el año y nunca deja de perfumar, y en toda esa belleza está el timbre de la voz. Yo no he tenido amores platónicos, porque algunos de esos amores morían al mismo tiempo de nacer. Algunas novias platónicas de mis primeros veinte años, me despreciaron porque no me creían útil en la sociedad. Y me acerqué a ellas a través de la adivinación. Todo lo que les dije, les pasó.
Y hablando de mujeres, pasa frente a la casa de Leandro Díaz a esta hora una mujer vestida de rojo que le grita: ¡Adiós, Leandro! Y él responde: ¡Adiós, flor de la ahuyama! Cuando la sombra de la mujer se aleja, precisa que “la flor de la ahuyama es bonita, pero no tiene olor”. Lo mismo le pasa a la trinitaria, que es muy bonita pero no tiene olor. La mujer se voltea en la distancia, y Leandro presiente que ella ha detenido el paso y se le acerca. Entonces, me descresta cuando le tira un piropo: “Mujer, te queda bien ese vestido rojo”. ¿Cómo supo que era rojo?-le pregunto- y me responde: “¿No le dije que era clarividente?”.
Le pregunto por Helena Clementina Ramos, su mujer, y me dice que ha sido su más grande compañía, con la que ha tenido seis hijos, entre ellos, al músico Ivo Díaz, que “es un buen compositor, versero, y cantante”.
“Jamás me he disgustado con mi mujer. Yo hice un pacto de vida con ella y he pasado tantos años juntos con ella. Ella supo desde siempre que mi vida está entre los amigos, adonde me llevan las canciones”.
La luz en la sombra
—Me asombra escucharle hablar de los colores. ¿Cómo percibe usted, el color rojo y el azul?
—Muy sencillo. Mi hermana hacía con los retazos de colores una sábana y me ponía la mano en cada color. El rojo siempre lo sentí caliente y fresco el azul. Desde niño sentí las calorías que tenían los colores. El amarillo es más caliente que el verde. El azul me da frescura.
—¿Cómo se le ocurrió ese verso tan hermoso de “cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana?
—Fue en el curso del enamoramiento con Matilde Lina, que compuse la canción. Y quise que en un verso pudiera decir qué ocurría dentro de mí y qué le ocurría al paisaje, cuando presentía llegar a Matilde, una mujer atractiva, esbelta, caminando con aquella gracia por la sabana. Los enamorados usan la mirada, pero eso es superficial y no es suficiente.
—¿Cuáles son sus comidas preferidas?
—El sancocho, el marisco, la tortuga, la sierra y el lebranche. Pero el lebranche pierde el sabor y se vuelve desabrido cuando lo meten en el hielo.
— ¿Usted dicta sus canciones?
—Las grabo en mi mente, porque no sé utilizar esos aparatos de grabación. Y le digo a mis hijos que me la graben.
—¿Cómo le han parecido las interpretaciones que han hecho de sus canciones?
— Hay muy buenas interpretaciones: las de Alfredo Gutiérrez, Jorge Oñate, Alfonso Zuleta, Diomedes Díaz, Beto Zabaleta, Binomio de Oro, Carlos Vives, entre tantos. Pero creo que hasta ahora, el mejor intérprete ha sido Jorge Oñate.
De cara con Dios
—Si tuviera la oportunidad de estar con Dios, qué le pediría?
— Le pediría que me dejara ser ciego, porque si me diera la vista, ya sería otro Leandro. Los ciegos no nos aferramos a la muerte. El ciego y el morrocoyo se parecen. El ciego no puede correr y el morrocoyo no corre.
—¿Cómo podría definir la fuente de sus canciones?
—El silencio ha sido desde niño mi mejor maestro. Creo que la soledad es la madre de la inteligencia.
Epílogo
Al final de la tarde, le pregunto por los miedos, y me dice sin rodeos que “no le tengo miedo a nada. Como lo he dicho en mis canciones: Ni las tinieblas pueden conmigo. He sido un ser inofensivo. Pero no todos los músicos son así. Hay quienes se aprovechan del ingenio de los demás. Como uno de nuestros grandes que duerme en sus laureles. No vaya a nombrarlo, pero él me reclamó diciéndome: “lo que Dios te negó en vista, te lo dio en lengua”.
Me cuenta que entre los suyos, se muere de viejo. Muchos de ellos han llegado lúcidos y memoriosos a sus cien años. Nombra a sus ancestros que desertaron en tiempos de la esclavitud en Cartagena, mar arriba, rumbo a Palomino. Evoca a su abuela, la partera Remedios Duarte, de 82 años. A Hermenegildo Duarte. A Aurora, su prima hermana, una negra “ñonga”, que “se bañaba y no se le mojaba el pelo”.
Se acaricia el abdomen y descubre que uno de los botones está a punto de volar: ¿Usted se imagina cuánto arroz he comido yo en setenta años? Mucho arroz. Demasiada yuca.
Pero en otro silencio, me sorprende con una nueva ocurrencia o con una metáfora a flor a labios:
“A veces me siento como un girasol. Es increíble que de noche, el girasol gire al revés buscando el sol”.
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Leandro Díaz fue despedido entre música de acordeones
COLPRENSA | VALLEDUPAR | Publicado el 23 de junio de 2013 - 8:51 pm.
En Valledupar el domingo tenía un sentido distinto. La ciudad despedía a uno de los más grandes juglares de la música vallenata: Leandro Díaz.
El sol resplandeció muy temprano en la mañana y los familiares del maestro madrugaron para encontrase de nuevo en la funeraria con el cuerpo sin vida de aquel que les dejó un gran legado.
Contrario a lo que se esperaba, no más de 50 personas acompañaron el cuerpo de Leandro Díaz a realizar su último recorrido desde el punto funesto hacia la Plaza ‘Alfonso López’, donde se le daría una última despedida.
En la Iglesia La Concepción, el alcalde de la ciudad, Fredys Socarras Reales, todo el equipo protocolario y familiares, que se adelantaron a su llegada, fueron quienes lo recibieron.
“Mas allá del sol, más allá del sol, yo tengo un hogar, hogar bello hogar, más allá del sol”
El mediodía transcurrió con tranquilidad, pero llegada la tarde personalidades del folclor, dirigentes políticos, autoridades eclesiásticas y muchos curiosos llegaron hasta el féretro donde reposaba Leandro, para despedirse.
“Cuando Matilde camina, hasta sonríe la sábana…”
MATILDE DESPIDIÓ A LEANDRO
Una de las visitas que tal vez esperaba Leandro era la de esa mujer de la cual describió su caminar, pero en esta ocasión Matilde Lina se dirigía hacia él a paso lento, para decirle al hombre que la inmortalizó en una canción.
“Le dije que pronto nos veríamos, que no faltaba mucho para que nos encontráramos allá en el cielo. Le canté y por un momento me olvidé de que Leandro estaba muerto… sentí que era él el que me cantaba al oído”, dijo la mujer que inspiró al compositor de los ojos bellos del alma.
Sus sentimientos eran encontrados. La tristeza y la felicidad, iban de la mano para Matilde y lo explicó de esta manera.
“Estoy triste porque Leandro se fue, pero feliz porque me quedó su recuerdo a través de esa canción”, sostuvo.
Una petición especial a todos los que la rodearon fue que así como a Leandro la despidieran con música.
“Si Leandro me inmortalizó con una canción que le ha dado la vuelta al mundo, quiero que cuando yo muera también me canten y que me canten Matilde Lina”, pidió la musa inspiradora del juglar.
EL ADIÓS LLEGÓ
El inclemente sol y el calor de la tarde retrasaron una hora los actos protocolarios, sin embargo el momento de despedir al ‘Homero del vallenato’ llegó.
El grupo de sacerdotes que acompañó al obispo Oscar José Vélez Isaza fue encargado de encabezar la corte que guío el cuerpo hasta la tarima ‘Francisco El Hombre’.
De repente se escuchó la voz de Leandro contando su historia de vida, mientras iniciaba la eucaristía. Todo quedó en silencio. Atentos escucharon la grabación.
Luego de los actos religiosos en el que Monseñor exaltó importancia que tuvo Leandro Díaz, no sólo como juglar, sino como ejemplo de vida, como una persona que superó la adversidad, en su limitación se hizo grande y le mostró lo que los demás no podían ver.
“Leandro Díaz supo ver lo esencial de la vida, del amor y por eso pudo dejarlo todo en sus canciones. Ahora está viendo la gloria de Dios. Su muerte le ha permitido unirse a la gloria de Cristo”, fueron las palabras de monseñor Oscar José Vélez Isaza.
SONARON LOS ACORDEONES
Como era de esperarse, Leandro Díaz tenía que ser despedido con música. Los Niños del Vallenato del ‘Turco’ Gil fueron quienes hicieron el primer homenaje musical.
Juan David Atencia, un niño ciego que hace parte de esta agrupación, interpretó la canción ‘Ciegos nosotros’ de Adrián Villamizar, que fue escrita y dedicada al fallecido Leandro.
Los Niños del Vallenato de la Escuela ‘Rafael Escalona’ interpretaron la legendaria ‘Matilde Lina’, junto a la protagonista de la canción, quien fue subida a la tarima.
‘Pipe’ Villabona, ‘Chemita’ Ramos, Almes y Hugo Carlos Granados fueron los acordeoneros que tocaron las notas de las canciones.
Haciendo un gran esfuerzo Ivo Díaz junto a Carlos Vives, cantaron ‘La diosa coronada’. Los pañuelos blancos se movían al ritmo de las canciones.
Iván Ovalle, Elkin Uribe, Paki Cotes y familiares del desaparecido Leandro, entre ellos Endry Díaz, su fiel lazarillo, continuaron coreando las canciones del juglar.
EN EL SEPULCRO
A las seis de la tarde partió el cuerpo de Leandro Díaz hacia su última morada. Un mar de gente lo acompañó y otro centenar ya lo esperaba en el cementerio.
Al Cementerio Central de Valledupar su hijo Ivó entró cantando a capela la legendaria canción ‘Matilde Lina’. Con la voz entrecortada hacía un esfuerzo por cumplir con la petición de su padre de despedirlo con música.
Luego de la bendición del padre Jesús Torres fue sellada la bóveda donde ahora reposa el cuerpo de Leandro Díaz.
NO DEJÓ DE LLORAR
Un hombre que en su apariencia física demostraba que no es de esta tierra, fue el personaje que llamó la atención de quienes asistieron al funeral del juglar.
André Oystein Schjetne, de Noruega, no dejó de llorar ante el ataúd. La relación de este personaje con el maestro Leandro pasó de ser cultural a ser personal, cuando consolidaron una entrañable amistad.
“Hace 15 años alguien me regaló la compilación de ‘Cien años de vallenato’ y escuchando eso me di cuenta que las canciones que más me gustaban eran de un tal Leandro Díaz y empecé a buscar quién era ese compositor y me hice admirador de él. Fuimos a una gira por Escandinava y nos hicimos amigos. Es para mi no solo uno de los personajes más importantes de la cultura colombiana, sino que era un gran hombre, con una historia de vida maravillosa un gran amigo”, dijo entre lágrimas Andre
El sol resplandeció muy temprano en la mañana y los familiares del maestro madrugaron para encontrase de nuevo en la funeraria con el cuerpo sin vida de aquel que les dejó un gran legado.
Contrario a lo que se esperaba, no más de 50 personas acompañaron el cuerpo de Leandro Díaz a realizar su último recorrido desde el punto funesto hacia la Plaza ‘Alfonso López’, donde se le daría una última despedida.
En la Iglesia La Concepción, el alcalde de la ciudad, Fredys Socarras Reales, todo el equipo protocolario y familiares, que se adelantaron a su llegada, fueron quienes lo recibieron.
“Mas allá del sol, más allá del sol, yo tengo un hogar, hogar bello hogar, más allá del sol”
El mediodía transcurrió con tranquilidad, pero llegada la tarde personalidades del folclor, dirigentes políticos, autoridades eclesiásticas y muchos curiosos llegaron hasta el féretro donde reposaba Leandro, para despedirse.
“Cuando Matilde camina, hasta sonríe la sábana…”
MATILDE DESPIDIÓ A LEANDRO
Una de las visitas que tal vez esperaba Leandro era la de esa mujer de la cual describió su caminar, pero en esta ocasión Matilde Lina se dirigía hacia él a paso lento, para decirle al hombre que la inmortalizó en una canción.
“Le dije que pronto nos veríamos, que no faltaba mucho para que nos encontráramos allá en el cielo. Le canté y por un momento me olvidé de que Leandro estaba muerto… sentí que era él el que me cantaba al oído”, dijo la mujer que inspiró al compositor de los ojos bellos del alma.
Sus sentimientos eran encontrados. La tristeza y la felicidad, iban de la mano para Matilde y lo explicó de esta manera.
“Estoy triste porque Leandro se fue, pero feliz porque me quedó su recuerdo a través de esa canción”, sostuvo.
Una petición especial a todos los que la rodearon fue que así como a Leandro la despidieran con música.
“Si Leandro me inmortalizó con una canción que le ha dado la vuelta al mundo, quiero que cuando yo muera también me canten y que me canten Matilde Lina”, pidió la musa inspiradora del juglar.
EL ADIÓS LLEGÓ
El inclemente sol y el calor de la tarde retrasaron una hora los actos protocolarios, sin embargo el momento de despedir al ‘Homero del vallenato’ llegó.
El grupo de sacerdotes que acompañó al obispo Oscar José Vélez Isaza fue encargado de encabezar la corte que guío el cuerpo hasta la tarima ‘Francisco El Hombre’.
De repente se escuchó la voz de Leandro contando su historia de vida, mientras iniciaba la eucaristía. Todo quedó en silencio. Atentos escucharon la grabación.
Luego de los actos religiosos en el que Monseñor exaltó importancia que tuvo Leandro Díaz, no sólo como juglar, sino como ejemplo de vida, como una persona que superó la adversidad, en su limitación se hizo grande y le mostró lo que los demás no podían ver.
“Leandro Díaz supo ver lo esencial de la vida, del amor y por eso pudo dejarlo todo en sus canciones. Ahora está viendo la gloria de Dios. Su muerte le ha permitido unirse a la gloria de Cristo”, fueron las palabras de monseñor Oscar José Vélez Isaza.
SONARON LOS ACORDEONES
Como era de esperarse, Leandro Díaz tenía que ser despedido con música. Los Niños del Vallenato del ‘Turco’ Gil fueron quienes hicieron el primer homenaje musical.
Juan David Atencia, un niño ciego que hace parte de esta agrupación, interpretó la canción ‘Ciegos nosotros’ de Adrián Villamizar, que fue escrita y dedicada al fallecido Leandro.
Los Niños del Vallenato de la Escuela ‘Rafael Escalona’ interpretaron la legendaria ‘Matilde Lina’, junto a la protagonista de la canción, quien fue subida a la tarima.
‘Pipe’ Villabona, ‘Chemita’ Ramos, Almes y Hugo Carlos Granados fueron los acordeoneros que tocaron las notas de las canciones.
Haciendo un gran esfuerzo Ivo Díaz junto a Carlos Vives, cantaron ‘La diosa coronada’. Los pañuelos blancos se movían al ritmo de las canciones.
Iván Ovalle, Elkin Uribe, Paki Cotes y familiares del desaparecido Leandro, entre ellos Endry Díaz, su fiel lazarillo, continuaron coreando las canciones del juglar.
EN EL SEPULCRO
A las seis de la tarde partió el cuerpo de Leandro Díaz hacia su última morada. Un mar de gente lo acompañó y otro centenar ya lo esperaba en el cementerio.
Al Cementerio Central de Valledupar su hijo Ivó entró cantando a capela la legendaria canción ‘Matilde Lina’. Con la voz entrecortada hacía un esfuerzo por cumplir con la petición de su padre de despedirlo con música.
Luego de la bendición del padre Jesús Torres fue sellada la bóveda donde ahora reposa el cuerpo de Leandro Díaz.
NO DEJÓ DE LLORAR
Un hombre que en su apariencia física demostraba que no es de esta tierra, fue el personaje que llamó la atención de quienes asistieron al funeral del juglar.
André Oystein Schjetne, de Noruega, no dejó de llorar ante el ataúd. La relación de este personaje con el maestro Leandro pasó de ser cultural a ser personal, cuando consolidaron una entrañable amistad.
“Hace 15 años alguien me regaló la compilación de ‘Cien años de vallenato’ y escuchando eso me di cuenta que las canciones que más me gustaban eran de un tal Leandro Díaz y empecé a buscar quién era ese compositor y me hice admirador de él. Fuimos a una gira por Escandinava y nos hicimos amigos. Es para mi no solo uno de los personajes más importantes de la cultura colombiana, sino que era un gran hombre, con una historia de vida maravillosa un gran amigo”, dijo entre lágrimas Andre
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Parrandas de Leandro: Un libro de anécdotas
Por Nibaldo Bustamante | COLPRENSA - Valledupar. | Publicado el 22 de junio de 2013 - 6:03 pm.
LA NOSTALGIA DE ANDRÉS
Ayer su rostro no fue el de todos los días; a sus 92 años lo embargaba la mayor nostalgia de sus últimos años, su silencio lo dice todo: un semblante oscuro tocó su sensibilidad, como queriendo encontrar una explicación sobre la partida hacia la eternidad de uno de sus ‘compinches’.
“Andrés fue el mejor amigo de Leandro, ayer se le notó la tristeza, él no quiere hablar porque está muy deprimido y tiene el corazón partido”, dijo doña Rosa, mirando la cama en la que duerme su compañero eterno.
Sólo queda un kiosco en el patio de su casa en el barrio San Joaquín, escenario de miles de encuentros acompañados de canto, licor y anécdotas.
“Una vez Andrés quiso regalarle unos nísperos a Leandro, pero Andrés estaba cogiendo unos que estaban verdes y Leandro le dijo…ombe esos no, coge los maduros”, recordó uno de los hijos de Andrés Becerra.
Los días y las horas pasan y Andrés Becerra se quedó sólo; ahora no tendrá a quien abrazar en pleno ‘temple’ parrandero.
En el recuerdo quedan miles de rondas en donde departían amigos incondicionales; era el escenario apropiado para expresar las más sinceras muestras de afecto y cariño.
Andrés Becerra fue alcalde de La Paz y Codazzi, poblaciones en donde nunca faltó la voz de Leandro Díaz acompañado de su acordeonero ‘Toño’ Salas, en cualquier celebración.
NUNCA FALTARON RANCHERAS
Las guitarras de Antonio Grajín y Hugo Araújo sirvieron para complementar y amenizar las parrandas a ritmo de sancochos de gallinas y rancheras; nunca faltaba ‘Cuatro milpas’, tomando como referencia la voz de Jorge Negrete, uno de los intérpretes de moda en aquel momento.
Amigos como ‘El Turco’ Pavajeau, Darío Pavajeau, Rafael Salas, Roberto Pavajeau, Hernando Molina Céspedes y ‘Poncho’ Cotes eran, entre otros, los personajes comunes en cada parranda de Leandro Díaz.
Recordadas reuniones en la residencia de ‘Popo’ Daza en San Diego, en donde el canto de Leandro engalanó miles de tertulias acompañado del infaltante trago.
Las aguas claras del río Tocaimo le dieron fuerza para su inspiración; a sus orillas quedará la sombra del hombre de mirada oscura, pero con un corazón y un alma capaz de descifrar los instintos de la naturaleza y el amor.
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"El legado de Leandro Díaz nos pertenece”: Carlos Vives
COLPRENSA | VALLEDUPAR | Publicado el 23 de junio de 2013 - 8:28 pm.
Dentro de las innumerables personalidades que le dieron ayer el último adiós al maestre Leandro Díaz, hubo una que sobresalió por encima de las demás: Carlos Vives.
El músico samario, fiel a su estilo, acudió a darle una dolorosa despedida a su maestro y amigo, tal vez porque era la única manera de darle el último adiós o por el contrario entendiendo que era la única excusa de tenerlo cerca para agradecerle todo lo que le dio a la largo de su carrera.
Vives, asediado por decenas de personas, se desprendió por un segundo de la vorágine de un día totalmente triste y le concedió una entrevista a VanguardiaValledupar.
-¿Qué sintió al ver a un hombre lleno de tanta energía dentro de un féretro?
Ahh…no ese es el destino de todos. Un momento difícil de enfrentar, pero estoy contento de estar en Valledupar, de poder acompañarlo en este último adiós, de agradecerle siempre porque lo hicimos en vida y cuando uno cumple en vida se siente más tranquilo así.
- ¿Qué mensaje se le puede dar al mundo en un momento como estos?
Tenemos que llevar un mensaje, respaldar, querer, ser agradecido para que la juventud entienda el legado que nos dejan nuestros juglares, nuestros cronistas, los compositores. Es un legado que debemos recibir como colombiano, porque por el solo hecho de ser colombiano ese legado nos pertenece.
- ¿Tiene miedo que ese legado y el vallenato autóctono pueda perderse con la partida de los juglares?
Ehhh…Yo soy hombre de industria, digamos que la industria por la que he trabajado es la que agradece, aprovecha, utiliza nuestra tradición y cultura, pero creo que es un deber de nuestros gobernantes, de nuestros educadores enseñarnos la tradición oral, la obra de los viejos compositores para inculcar en los jóvenes ese amor, porque yo no creo que el talento deja de nacer. Cuando me hablan que Leandro fue el último de los grandes me asusta, pero no creo que sea así, todo lo contrario, el trabajo de ellos hacen florecer en las nuevas generaciones.
- ¿Es muy temprano pero es probable que le haga un CD al maestro Leandro Díaz?
Sí. Tengo un proyecto con Ivo (Díaz) desde hace rato de rescatar y hacer algo muy especial en video y en audio, porque creo que de Leandro hay muchas cosas por rescatar, desde la vida y muchas cosas, creo que será una obra muy poderosa.
Vives, asediado por decenas de personas, se desprendió por un segundo de la vorágine de un día totalmente triste y le concedió una entrevista a VanguardiaValledupar.
-¿Qué sintió al ver a un hombre lleno de tanta energía dentro de un féretro?
- ¿Qué mensaje se le puede dar al mundo en un momento como estos?
Tenemos que llevar un mensaje, respaldar, querer, ser agradecido para que la juventud entienda el legado que nos dejan nuestros juglares, nuestros cronistas, los compositores. Es un legado que debemos recibir como colombiano, porque por el solo hecho de ser colombiano ese legado nos pertenece.
- ¿Tiene miedo que ese legado y el vallenato autóctono pueda perderse con la partida de los juglares?
Ehhh…Yo soy hombre de industria, digamos que la industria por la que he trabajado es la que agradece, aprovecha, utiliza nuestra tradición y cultura, pero creo que es un deber de nuestros gobernantes, de nuestros educadores enseñarnos la tradición oral, la obra de los viejos compositores para inculcar en los jóvenes ese amor, porque yo no creo que el talento deja de nacer. Cuando me hablan que Leandro fue el último de los grandes me asusta, pero no creo que sea así, todo lo contrario, el trabajo de ellos hacen florecer en las nuevas generaciones.
- ¿Es muy temprano pero es probable que le haga un CD al maestro Leandro Díaz?
Sí. Tengo un proyecto con Ivo (Díaz) desde hace rato de rescatar y hacer algo muy especial en video y en audio, porque creo que de Leandro hay muchas cosas por rescatar, desde la vida y muchas cosas, creo que será una obra muy poderosa.
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El monumento a Leandro Díaz
Juan Rincón Vanegas - Especial - | VALLEDUPAR | Publicado el 23 de junio de 2013 - 1:57 pm.
Ese lugar escogido por el hombre que cantaba triste por la serranía es San Diego, pueblo del Cesar, considerado hermoso y colmado de bendiciones.
Cuando a Leandro Díaz Duarte le preguntó el escultor Jorge Luís Payares, sobre el lugar para ubicar el monumento, no lo dudo un instante y señaló al pueblo de sus amores, al pueblo donde creció musicalmente al lado del trío de Antonio Braín, Hugo Araújo y Juan Calderón.
No se puede salir de los recuerdos tristes de su niñez y dice que se dedicaba a elaborar cosas con una navaja: cucharas de palo y totumas. Entonces relata una historia que enmarca de cuerpo completo su sufrimiento. “Siendo muy niño me subí a un palo de papayo en busca de la fruta que más me gustaba y me caí. No sé cuanto tiempo estuve privado del conocimiento por el golpe fuerte que recibí, y lo peor es que nadie se dio cuenta”.
Esos hechos que narró en su mundo de tinieblas lo hicieron aprender a ser fuerte, poder armarse de calma y tener mucha resignación. Precisamente esos hechos dieron motivo para su primera canción titulada ‘Quince de julio’.
“Es una canción de rechazo a mi familia porque me dejaban solo. Tenía que bajar al arroyo a buscar agua y a bañarme y me caía mucho, rodaba pendiente abajo. Era un martirio y yo lo resentía. Mi mamá se mortificaba mucho cuando me oía esa canción y un día me rogó que no la cantara más. Le dije que era una promesa y se la cumplí”.
Después vino la canción ‘La loba ceniza’, que para Leandro es la primera para no violar el compromiso con su mamá. Esa obra también fue el primer hurto literario que le hicieron al poeta ciego del vallenato.
Abel Antonio Villa le cambió el titulo por el de ‘La camaleona’.
La destreza de la memoria de Leandro era excepcional. Muchas de sus canciones tienen las palabras precisas, incluso llenas de poesía y filosofía que muchos no logran entender, pero que él sabía que salían de lo más profundo de su alma. Es sentimiento puro, es esencia natural y es el acumulamiento de experiencias vividas. Tuvo la virtud de que al cantar se aliviaran sus penas que al final derrotó con el poder de sus versos.
CENSO MUSICAL
Estando metido en el berenjenal de los recuerdos contó que fue el primer y único compositor que se ha atrevido a realizar un censo, metiendo en una canción a la mayoría de habitantes del pueblo de Tocaimo, jurisdicción de San Diego, donde en ese entonces vivía.
Es una historia fantástica que relató el mismo maestro Leandro.
“Quería viajar a las fiestas de Hatonuevo, sur de La Guajira, y no tenía plata. Pedí a varios familiares y nada. Faltaban como cuatro días para el inicio de la fiesta y no había ninguna solución, hasta que se me iluminó la mente. Me senté en una piedra grande que había en la puerta de la casa y empecé a recordar los nombres de todas las parejas del pueblo, hice la rima y encontré la melodía. Es un merengue sin coro y de once versos para las treinta parejas que recordé.
Compuse la canción ‘Los Tocaimeros’ en dos horas y al día siguiente la salí a cantar. El primer lugar que visité fue el del río donde un tío mío. Le dije que era el primero que aparecía en la canción. Enseguida me dijo que se la cantara, pero le expliqué que la estrenada valía cinco pesos.
Se negó la primera vez, insistí y nada. Fue su mujer la que me dijo que la cantara porque ella tenía una plata de la venta de unos cerdos y me podía responder. Canté la canción y cuando terminé mi tío me dio un abrazo y me dijo que tenía cinco pesos más. Salí así por todo el pueblo a cantar y me daban de a cinco o de a tres pesos y en esa época eso era plata. Recogí un montón de dinero y me fui a la fiesta de Hatonuevo. Desde allí supe que mis canciones iban a darme todo lo que yo necesitaba”.
Se extasió hablando de sus canciones y mencionó las que más le gustaban: ‘Seguiré penando’, ‘Dios no me deja’, ‘A mi no me consuela nadie’, ‘Cultivo de penas’, ‘Tarde gris’ y ‘Para qué llorar’. Todas relacionadas con el entorno de su vida.
Con el monumento ubicado al frente del Hospital de San Diego está la estampa de cuerpo entero del hombre que se dedicó toda su vida a cantarle al amor, a la naturaleza, a las mujeres y que vio la oportunidad precisa para poner en su puesto a las penas y darse el lugar que merecía en el mundo vallenato, ese mundo de Macondo donde un ciego escucha en medio de su soledad a los árboles llorar porque les llegó el verano y que en su pensamiento hace posible que Matilde camine para que de inmediato una faz de la tierra sonriera. Ese era Leandro, el inmortal.
juanrinconv@hotmail.com
CANCIÓN SEGUIRÉ PENANDO
"Seguiré penando" fue interpretada por el Binomio de Oro, en la voz de Rafael Orozxo.
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